En el Año Internacional de la Papa, el gobierno del Perú —cuna ancestral de la cultura que hace más de 3500 años domesticó el tubérculo nativo— cambió localmente ese nombre por el del Año de las Cumbres Mundiales (en homenaje a cónclaves políticos).
Esta ofrenda se concibió entonces como una ironía (el inventario del siglo XVIII contabiliza el comercio imperial entre España y sus colonias) pero sobre todo como una reparación simbólica: son papas marchitas las que sin embargo germinan sobre ese documento, quebrantando el pan de oro y el pan de plata que las asfixia. Y la sala entera está a su vez alfombrada de morayas blancas, papas deshidratadas mediante técnicas ancestrales y traídas a la capital desde las altas cumbres verdaderas, los apus, las montañas tutelares de los Andes.
El gran laboratorio de vida para la humanidad.
Texto
DEL TRIBUTO COLONIAL A LA OFRENDA LIBERADORA
Gustavo Buntinx