Como en la Tierra toda, también en el Perú la Tierra muere.
En la tierra misma y en la historia, profanadas ambas sin clemencia.
Pero a veces se regenera. En el mito y en ciertas artes.
Las de la reparación, la sanación incluso,
simbolizadas preciosamente por artífices como Carmen Reátegui.
Desde hace años y con obras varias, que ahora culminan en el Origen.
Umbilical:
Qosqo ––el nombre de su pieza última–– significaría ombligo
en la lengua oculta de los Incas (acaso el puquina)
aludida por Garcilaso de la Vega,
el gran cronista mestizo del Perú
que muere y nace en la Conquista.
Un sentido hipotético pero arraigado ya
en el imaginario popular del Cuzco
como ciudad ensoñada y fáctica.
Y así poderosamente evocativo
para este arremolinamiento insinuante
de maíces tallados en piedra.
De Huamanga:
el alabastro más identificado con Ayacucho,
ese “rincón de los muertos”
(o tal vez de las almas).
El nodo andino de nuestra guerra incivil,
nuestras violencias demasiado contemporáneas.
Aquí sublimadas:
hay una pureza casi fúnebre en la acumulación circular
de blancos líticos que son también grises.
Pero hay también un deseo místico y mesiánico
en el fulgor del recubrimiento áureo de un choclo solo
(el oro mineral, El Dorado onírico),
esencialmente ubicado en la depresión central
de ese vórtice.
Sexual: pocos frutos como el maíz
combinan de manera tan inquietante
sugerencias fálicas y ovulares.
Las semillas que encubren y exacerban
la coronta oculta pero erecta.
Como en una prefiguración natural
del perturbador omphalós griego,
el gran mármol cubierto de ovillos y piedras preciosas
para reverenciar al ídolo dejado por Zeus en Delfos,
sacralizando así a esa ciudad como ombligo del cosmos.
Y de la comunicación entre los vivos y los muertos y los dioses.
O como los pechos múltiples
prodigados sobre la efigie de la “grande Artemisa de los Efesios”,
la Gran Madre erguida que alcanzó memoria bíblica (Hechos, 19:34)
para desde allí estimular luego
el discurrir del psicoanálisis (Freud, 1911).
O incluso la tradición clásica:
Hércules, Heracles,
travestido de mujer y contribuyendo a las labores domésticas
en esclavitud amorosa a la reina Onfale (Onfale) de Lidia.
Madre futura de sus hijos.
Pero todo derivante en la Madre de Cristo,
quien siguiendo a Juan el evangelista
se habría radicado en Efeso,
donde se sincretiza luego su culto
con el de Artemisa.
Libres asociaciones que en nuestra mirada asocian
el Qosqo de Reátegui con el cuerpo yacente de Jesús
devuelto al envolvente de María.
Que es el de la Tierra.
Una Pietá.
Telúrica:
atención al antecedente crucial en que Carmen
transfigura con otros choclos
el Cristo muerto de Mantegna.
Taita Sara se llamaba esa pieza impresionante,
condensando la palabra quechua para el maíz
con el nombre hebreo de la mujer de Abraham
que, aún anciana y marchita,
conocerá los goces de la fertilidad.
Y dará luz a un pueblo
(Gen. 18:9-15).
Como en una premonición veterotestamentaria
de la Anunciación mayor referida en los evangelios
(Lucas 1: 26-38, Mateo 1: 18-21).
Atención a la densa teología inscrita
en la gran belleza formal
y hasta en la propia materialidad de estas obras.
Cristo es la Virgen.
La Virgen es el Falo.
Ausente.
Gustavo Buntinx